Ayer en el castillo estaba,
vestido de soldado,
sujetando con mi mano
mi espada.
Mientras vigilaba la entrada,
Vi a una mujer,
de dulces gestos y piel,
que de entre tantos y tantos soldados,
a mí, y solo a mí
miraba.
El nuestro fue un amor
sin ni siquiera palabras,
la conocí, la amé,
con gestos y miradas.
Y le correspondí.
Le hice el amor, la tomé.
Por ello aguardo ahora en pie,
mientras me ponen la soga,
por haber deshonrado
a una mujer infiel.
Pero allí estabas tu, mujer,
viendo como me ahorcaban
y llorando, desgraciada,
por un amor que jamás
tú volverás a ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario